Desde un punto de vista teórico la política es un concepto ciertamente abstracto, cargado de diversos valores y contenidos que cristalizan en las diferentes medidas que toma la cabeza del poder, el Presidente en nuestro sistema de gobierno. Sus colaboradores, sus aliados y aún hasta sus adversarios de todos los sectores, constituyen un sistema complejo en el marco del proceso de toma de decisiones, sumando sus voluntades para materializar aquel concepto abstracto. Ahora bien, esa realidad puede resultar tan apacible como tormentosa. El barco y sus navegantes deben estar preparados para transitar por mares tranquilos o revueltos, con alto o bajo oleaje.
Hoy el país navega por aguas turbulentas. La decisión política y de la estructura política en general, deberá estar a la altura de las circunstancias y, como Ulises, atarse al mástil para evitar sucumbir a la seducción de aquel canto de sirenas, esto es, a la voz de los fanáticos: tanto de quienes dicen “todo está bien” como de los que auguran que “todo estará peor”, enterrando – en ambos casos – evidencias pasadas. Esto supone no evadir la realidad o imaginarla distinta, pero a la vez ser firmes en el camino escogido diseñado con los más amplios consensos posibles. Esta es la alta cuota de responsabilidad política que la ciudadanía demanda a sus representantes.
Septiembre, ha sido un mes tormentoso para la economía y la política argentina. Esta afirmación es una evidencia incontrastable, tampoco es el resultado de circunstancias fortuitas. La falta de sinceramiento del Gobierno de Mauricio Macri al momento de asumir o al menos las fallas en comunicar con claridad cuál era la verdadera situación del país; la política de gradualismo que condujo a un endeudamiento exponencial, agravado por el problema inflacionario nunca resuelto; la crisis cambiaria y la falta de financiamiento externo debido al fenómeno esencialmente cíclico del stop and go, dieron vida a un coctail explosivo. Fueron las marchas y contramarchas en una economía que recurrentemente insinuaba crecimiento y luego se detenía – comportamiento para nada novedoso en nuestra historia económica y al que suele adjudicarse la imposibilidad de un acabado desarrollo industrial argentino – lo que en definitiva bajó la persiana a cualquier alternativa que evitara, como sucedió, tener que “caer” en un programa de asistencia financiera con el Fondo Monetario Internacional el cual, ante la inefectividad de las medidas pergeñadas, debió renegociarse a tan solo tres meses del primer arreglo. Todo ello en un contexto internacional poco favorable, por un lado la suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de EEUU que da más ventajas y seguridad al inversionista, dejando de encontrar atractivos los mercado emergentes latinoamericanos; por otro lado la guerra comercial entre el país del norte y China, con el consecuente aumento arancelario. Como todo conflicto de estas características, esparce sus esquirlas por doquier, reavivando pugnas entre liberalización o proteccionismo, unipolarismo o bipolarismo, desarrollo colectivo o competencia descarnada, economía liberal-neoliberal o social de mercado. El desafío al que nos enfrentamos es aún más amplio de lo que la crisis nos permite ver, sobre todo si decidimos abrir las puertas a las posibilidades de transformarlo proactivamente en una oportunidad.
La cierto es que la situación macroeconómica de la Argentina se deterioró en forma significativa en el último tiempo. Sin embargo, por estos días comienza a avizorarse cierta tendencia hacia la normalización financiera y la recomposición de la confianza por parte de los mercados. No obstante todo ello ha dejado profundas heridas en la economía real: caída de los salarios, retracción del consumo y la producción industrial, aumento del desempleo y la pobreza, entre otros indicadores. Paralelamente se observa en el día a día mediático una tendencia a sobreestimar la actividad de los mercados, operados por un conjunto minúsculo de agentes que concentran el intercambio de activos. La permanente tensión entre este sector y las políticas del Banco Central, hacen de esa tómbola un fantasma que asecha hasta a los sectores menos integrados a ese sistema al que paradójicamente temen y que los excluye hacia horizontes inciertos.
El Presidente Macri, el Ministro Dujovne y Guido Sandleris (el recientemente designado Presidente del Banco Central de la República), parecieran haber decidido abandonar aquel gradualismo inicial y dar lugar a una política de shock. La pregunta obvia: ¿dará resultado? La respuesta esperanzadora, aunque nada certera: es probable. Debe cuidarse el gobierno de no transformar esa esperanza social en la fábula del burro y la zanahoria. Los colectivos sociales por lo general mantienen la confianza en sus líderes, pero también tienen un límite cuando el esfuerzo desmedido no da sus frutos.
Dicha probabilidad se sustenta en que pareciera que al menos la batalla contra la aceleración de la inflación podría comenzar a dar resultados después del segundo trimestre del 2019 a costa de un secamiento de pesos circulantes a través de las políticas monetarias instrumentadas por el BCRA. Se trata de una lógica económica que presenta riesgos: disminuir los índices de inflación con el alto costo de un escenario recesivo; tasas del 70 por ciento; de parálisis de las inversiones en el sector de la industria y la producción; con una afilada espada de Damocles sobre la cabeza del Gobierno Nacional como son los niveles de conflictividad social que actualmente se advierten contenidos por la fuerte política que lleva adelante el Ministerio Salud y Desarrollo Social de Carolina Stanley.
El paro general realizado el día 25 de septiembre, el cuarto de estas características contra el gobierno, trajo nuevas dificultades políticas, coronada por la salida de Caputo del BCRA. Sin embargo, esta circunstancia no parece haber sido capitalizada aun por ningún candidato.
La idea (hoy utopía) planteada en la campaña electoral y en los albores de la era macrista, con un discurso centrado en un presunto proyecto desarrollista que colocaría para siempre a la Argentina en un pujante sendero de crecimiento, ha quedado, al menos por un largo tiempo con el sello de archivado.
El debate económico-político más importante atañe sin dudas a la Ley de Presupuesto 2019. La necesidad de cumplir con el equilibrio fiscal primario (uno de los pilares del nuevo acuerdo con el FMI), y al mismo tiempo contener la crisis externa, pone al gobierno en una situación, cuanto menos, incómoda. Tras ello no pueden omitirse ciertos conflictos presupuestarios con las provincias -sobre todo en materia de transferencias y subsidios-, con docentes y universidades y con el empleo público en general. Así mismo, la posibilidad de nuevos ajustes tarifarios en los servicios, podría incorporar nuevos frentes de conflicto hacia el próximo ejercicio fiscal. El desafío se extiende también a la oposición en tanto tendría un alto costo político negarle, no sólo gobierno sino a los argentinos todos, la sanción del correspondiente Presupuesto, considerado doctrinariamente como la “ley de leyes”.
Según muestran los datos de las encuestadoras más calificadas realizadas en el mes de septiembre (Sinopsis, Isonomía, Poliarquía, Centro de Estudios “Nueva Mayoría” y otras), a pesar de una realidad sensiblemente dificultosa, los sectores medios manifiestan aún un importante apoyo a la gestión de Mauricio Macri. Esto hace que algunos analistas le asignen hoy, en medio de la tormenta, una intención de voto entre el 30% y el 35% frente a una eventual reelección. Pero las cifras auspiciosas no son privativas ni excluyentes del oficialismo. Aunque todavía sin ninguna sentencia judicial, existe una percepción generalizada en relación a que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner perpetró actos de corrupción extendidos significativamente. Sin embargo, CFK mantiene alrededor de un 30% duro de apoyo incondicional.
Pero lo que parece inexplicable en términos reales, tiene una explicación en términos políticos. Ese tercio que apoya a Macri y que proviene del sector más golpeado por el tándem “recesión+inflación”, lo sigue apoyando en la convicción de que este es el camino, aún a costas de pagar las duras consecuencias de los desmanejos y la corrupción de épocas pasadas. Respecto de Fernández de Kirchner, ningún observador serio puede alegar la insensatez del 30% de argentinos que la apoyan sin condición alguna. Es más, lejos de lo que “el relato” ha pretendido instalar, no son exclusiva ni mayoritariamente los sectores populares los que engrosan sus filas, sino que se trata de grupos de intelectuales que, con una fuerte carga ideológica y a través de distintos voceros e intérpretes, sostienen fervorosamente argumentos – más genéricos que particulares – sobre la infalibilidad del proyecto populista y que, por su estridente resonancia, parecen incluso ser muchos más de los que realmente son. Entendemos que se trata de un fenómeno que no debe pasarse por alto ni mucho menos menospreciarse. Por el contrario, es necesario profundizar sobre las motivaciones de millones de argentinos que siguen eligiendo esa alternativa, y no conformarse con argumentos simplistas fundados en una suerte de hipnosis carismática respecto de un líder, sino que avanzan sobre la convicción en un modelo atractivo y fácil de transitar en el corto y mediano plazo, pero que requiere pensar a través de una lógica amigo/enemigo, lo que provoca que al final del camino abunden perdedores y escaseen ganadores.
También es real que ese núcleo duro al que nos estamos refiriendo le sirve al Gobierno, en tanto le permite sostener su antagonismo frente al kirchnerismo. De allí deriva la estrategia electoral que habría diseñado el equipo político de Macri, centrada en el deseo de que la ex presidente pueda presentarse en la próxima disputa electoral. Esta estrategia explica la encrucijada en la que el Gobierno se encuentra con un jugador de peso dentro de este sistema: el Grupo mediático más influyente del país. Y es que si falla la estrategia elucubrada por J. Duran Barba, mejorando las chances de que Cristina sea reelecta, el Grupo Clarín teme que en un nuevo mandato el enfrentamiento sea aún más feroz.
Queda aún otro tercio de argentinos, cuyo comportamiento electoral es hoy una incógnita y al que se ha sumado aquella porción crítica, desilusionada con la gestión del equipo de Macri. De acuerdo a como se movilice este sector y los actores que se constituyan en sus representantes, es altamente posible que sean los que definan el futuro a partir de las elecciones de 2019. Y es que septiembre fue también un mes de simbolismos y proyecciones. Aquella foto de cuatro referentes autodenominados “peronistas democráticos, federales y republicanos” es muestra de ello. Urtubey, Schiaretti, Pichetto y Massa intentan capitalizar ese tercio de ciudadanos que hoy se encierra entre dos signos de pregunta. ¿Debutará finalmente aquella foto en formato de película, o terminará guardada en el cajón de los recuerdos?
En fin, como reza el dicho popular “siempre que llovió, paró”. Habrá que esperar entonces a que a la primavera tormentosa, le siga un verano cálido pero apacible.
Por Sergio Bruni
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