En esta columna, Sergio Bruni analiza que la falta de acción correcta en la gestión multidimensional de la pandemia a nivel nacional provocará un deterioro mucho mayor este año, en todos los sentidos.
Cuando el presidente Alberto Fernández anunciaba el inicio del primer aislamiento social, preventivo y obligatorio para todos los argentinos en marzo del 2020, el oficialismo se vanaglorió con las medidas tomadas asegurando que de ello dependía la seguridad de la salud y sobre todo alegaron garantizar un control estricto de esas medidas para que el resultado fuera el de un país con la expansión del virus covid-19 totalmente controlada.
«Vamos a ser absolutamente inflexibles» fueron las palabras del presidente durante su discurso cuando anunciaba que no había encontrado otra forma de detener la curva mas que cerrando el país. Expresó, que «es una medida excepcional que dictamos en un momento excepcional, pero dentro del marco que la democracia permite«. Debemos recordar que en su discurso nos garantizó que «esta medida la hemos tomado tratando de que los efectos de la economía sean los menos dañinos posibles«.
De pie, los aplaudidores oficiales veneraron al Presidente por la claridad con la que prometía no llevarnos a una crisis sanitaria como la que los países del primer mundo estaban viviendo, dijeron haber aprendido de ellos la mejor manera de manejar esta pandemia, dijeron que teníamos la ventaja de no cometer los mismos errores puesto que a nuestro país el virus había llegado más tarde, dándonos una ventana de oportunidades.
Como consecuencia de una insuperable desorientación total en el manejo de la situación, hoy, más de un año después parece que la única manera que sigue encontrando el oficialismo para «controlar la pandemia» es ni más ni menos que el encierro, el tan dañino confinamiento.
No deja de ser una realidad que la economía mundial se ha visto hundida en una crisis inusual en tiempos de paz, pero si a esto le sumamos la incapacidad de un gobierno para gestionar dicha crisis puertas adentro, una falta de empatía a la desesperación del trabajador independiente y del asalariado en general, la falta de inversión en recursos sanitarios,-para enfrentar la segunda ola- el desprolijo manejo de la distribución de vacunas, y una lenta respuesta para mitigar las consecuencias, nos ha dejado un saldo de 2 millones de nuevos desempleados, miles de empresas fundidas, más del 40% de pobreza y como si fuera poco más de 63 mil muertos por covid.
Como si todo esto no fuera suficiente para alarmarnos, esta semana el Foro Económico Mundial en su «Reporte de Riesgo Global 2021» ubicó a la Argentina entre los 5 países con el peor manejo de la pandemia debido al tamaño de la contracción de tubo nuestra economía. En este reporte se prevé que la economía argentina se contraiga entre un 11 y un 12%. Los costos humanos y económicos de covid-19, dice el Reporte, amenazan con anular años de progreso en reducción de la pobreza y la desigualdad y debilitar la cohesión social, mostrándonos un panorama desolador.
Podríamos decir entonces que, sumado a la endeble situación de recursos y acceso al financiamiento, la grave contracción del PBI, un alto nivel de informalidad laboral, la paupérrima asignación de recursos al sistema sanitario, las altas tasas de mortalidad, la incontrolable emisión monetaria, los puestos de trabajo perdidos, los cierres de pequeñas y medianas empresas, y una continua falta de toma de medidas tendientes a salir de la crisis nos da un resultado de un deterioro aún más grande que el del año pasado.
Frente a este desesperanzador panorama que no nos deja más que estar atentos a cualquier signo de recuperación que otorgue certezas, y sobre todo, en este fin de semana en honor al trabajador. Creemos más oportuno que nunca resaltar que sin el esfuerzo de los que siguen empujando este país para verlo convertido en una nación fuerte, ninguna crisis sería posible de afrontar.
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