He pensado una y mil veces, como destacar algún sentido positivo o el sentido mismo, del homenaje presidencial a los 90 mil desaparecidos por muerte a causa del covid-19 desde el inicio de la pandemia. Estimado lector, debo darle una mala noticia, me resultó imposible encontrarle una motivación al acto ni algún elogio para remarcar. Todo lo contrario.
Según la Real Academia Española, la palabra homenaje tiene tres acepciones.
1.- Acto o serie de actos que se celebran en honor de alguien o de algo.
2.-Sumisión, veneración, respeto hacia alguien o de algo.
3.-En la Edad Media, juramento solemne de fidelidad hecho a un rey o señor.
De su lectura, puede observarse que el acto presidencial no encastra en ninguna de las definiciones de la RAE. En algún tiempo próximo, quizá, la real academia podrá incorporar una cuarta acepción: «Acto de Gobierno Populista para disfrazar la ineficacia de una acción u omisión con consecuencias fatales»
Se sabe que, cuando se usa el término homenaje se hace referencia a los logros de la carrera de una personalidad o varias, de la ciencia, del deporte, de la cultura, etc, o a los caídos en combate, como homenajeamos cada año, a nuestros valientes soldados caídos en Malvinas o a los veteranos de aquella guerra.
A modo de ejemplo se me ocurre un «homenaje» a Favaloro, que con su creación del «bypass» coronario ha salvado millones de vidas. Murió René Favaloro el 29 de julio del 2000. En tiempos de muertes, los homenajes se les hacen a personas honorables que con sus técnicas quirúrgicas ha sido una esperanza de vida.
Dijo el presidente en el acto, entre otras definiciones chabacanas, esas que tantos problemas le ha traído por parecer culto y que termina siendo ridículo o vulgar: ¿Podrá la humanidad crear más anticuerpos contra la indiferencia? ¿Se hará viral esa voluntad? Sus breves palabras que, a pesar de ser un discurso preparado, incurrieron de nuevo en expresiones impropias en un primer mandatario.
¿La indiferencia de quién, presidente? De un gobierno, cuyo exministro de salud, Ginés González García, muy suelto de cuerpo decía el año pasado -28 de marzo- «En el mundo se está hablando del modelo argentino por las medidas adoptadas frente a la pandemia…».
Desde entonces se han producido más de 90 mil muertes, tal expresión gubernamental habla de una indiferencia de tal envergadura que, sumado a una lista interminable de abusos en el manejo de la pandemia, cuando ésta haya pasado, es probable que ingrese a escena el Código Penal de la Nación e incluso el Estatuto de Roma, porque al final podríamos encontrarnos con alguno de los tipos penales que el Estatuto determina como de lesa humanidad…
¿La indiferencia de quién, presidente? De usted, que el 10 de diciembre anunció en la Casa Rosada que el Gobierno Nacional firmó el acuerdo con la Federación Rusa para la llegada al país de la vacuna Spunik V que permitirá inmunizar, entre enero y febrero, de este año, a 10 millones de personas. O del escandaloso vacunatorio vip en el Ministerio de Salud, o que nunca se aclaró porque no ingresó la vacuna pfizer, cuando la argentina tenía preferencia frente a otros países porque seis mil argentinos valerosos se sometieron voluntariamente al ensayo clínico de esta vacuna…
¿La indiferencia de quién, presidente? De restringir el gobierno la libertad de las personas de un modo abusivo, como el cepo aéreo, o que en el proyecto de superpoderes se inmiscuye en la vida privada de las personas, violentando los derechos a la intimidad y libertad en los espacios de determinación individual. O la indiferencia del propio gobierno que nos sometió a los argentinos a la cuarentena más larga del mundo, que no solucionaron la cuestión sanitaria y provocaron un daño inconmensurable a la economía del país, miles de pymes cerraron, cientos de miles de empleos formales e informales se perdieron…
¿La indiferencia de quién, presidente? Como trata de aleccionar a la «humanidad», a quien le habla el presidente argentino, ¿al español, al sueco, al italiano, al de los Países Bajos, al de Costa Rica, al de Uruguay? que, teniendo otros resultados muy distintos, no hacen estridencias de ninguna naturaleza. Nunca hay logros cuando de por medio hay muertos.
La segunda parte de su pregunta en aquel acto: ¿Se hará viral esa voluntad?
Apelar a una ironía de mal gusto jugando con las palabras «virus» que mata, con la «viralización mediática» de su fraternal mensaje a la humanidad, evidencia que no le interesan tanto los muertos ni sus familiares que no pudieron despedirlos. Más le importa su arrogancia, de hacernos creer que su lamento es sincero y profundo.
¡No crea que le creemos!
¡La República tampoco le cree!
Sin querer hacerlo, claro está, el suyo fue un majestuoso reconocimiento a uno de los mayores fracasos universales en el manejo de la pandemia.
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