Malvinas es el único tema que atraviesa a todos los gobiernos, de cualquier ideología desde hace más de 180 años. Estuvo y estará presente en la agenda de la política exterior de la nación. Ningún otro tema, tiene tan fuerte reconocimiento identitario en la argentina.
El desembarco en las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982 no fue una decisión tomada por el pueblo, aunque una multitud colmó la histórica Plaza de Mayo apoyando la actitud tomada por el gobierno de facto. Resulta imprescindible remarcar que el deseo de recuperar el territorio usurpado no debe ser confundido por un respaldo a la Junta Militar. Fue la ilusión colectiva a la decisión de desembarcar en Malvinas, que la inmensa mayoría del pueblo y la dirigencia acompañó.
Embriagados por el poder que emanaba de la multitud en la plaza, el gobierno pensó que podía dar batalla al mundo. Fue así que conociendo el efecto que las islas Malvinas producen ahí donde se juntan el orgullo y el dolor, se escucharon voces desde el poder gobernante alegando bravuconadas del estilo de «si quieren venir que vengan les vamos a dar batalla». Sumado a la ingenua creencia de que los Estados Unidos nos apoyarían y dejarían a su eterno aliado, Gran Bretaña, nos embarcaron en una guerra inútil.
Al hecho intolerable de la situación colonial aún vigente, se agregan decenas de preguntas acerca del conflicto, que están asociadas, más que a esa cuestión diplomática, a una reflexión sobre nosotros mismos. En un contexto de total improvisación, como fuera señalado por el «Informe Rattenbach» que tuvo conclusiones contundentes en relación a las fallas de orden político, en el planeamiento, en la conducción y oportunidad del conflicto, es que llevaron soldados del cálido norte argentino a las trincheras heladas del sur, sin armamentos adecuados, sin comida, sin equipamiento.
El libro «El arte de la guerra» enseña que entre mandos y subordinados debe existir una comunidad de jerarquías, pero a su vez de empatías profundas. Las revelaciones posteriores de lo que sucedió en el enfrentamiento de Malvinas nos ratifica que no fue así, se violaron innumerables y elementales derechos humanos con nuestra propia tropa y la discriminación, incluso religiosa, fue una de las características más notable durante todo el conflicto.
Hablar de Malvinas invita a detenerse a pensar en la noción de soberanía, cuando se trata de las naciones, la soberanía se relaciona tanto con la defensa del territorio y sus riquezas, como con la capacidad de sus pobladores de asumir decisiones propias. Pero en este caso en particular hablar de soberanía también es hablar de los componentes emocionales tan singulares que caracterizan al pueblo argentino.
Es ese ingrediente de emoción a la idea de soberanía lo que hace al reclamo tan particular. Además de ser la única guerra que la República Argentina libró en el siglo XX, es LA ÚNICA POLÍTICA DE ESTADO QUE PUEDE EXHIBIRSE A LO LARGO DE LA HISTORIA DE NUESTRA NACIÓN. A punto tal que, la reforma de la constitución del año 1994, introdujo en la cláusula primera de las Disposiciones Transitorias, el siguiente texto:
«La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme los principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino»
Los argumentos argentinos de reclamo tienen varias dimensiones: Geográficos (las islas forman parte de la plataforma continental de la Argentina) Históricos (los territorios fueron heredados de España) y Jurídicos (Argentina jamás renunció a sus derechos). Las Malvinas por todas estas dimensiones argumentales pertenecen a la argentina. Sin embargo, nada justifica un conflicto armado.
Hoy, a 40 años de aquella guerra, resulta necesario reflexionar sobre el lugar de Malvinas en la memoria nacional y fundamentalmente sobre las vidas de aquellos que fueron a las Islas, los que pelearon en el campo de batalla, los que volvieron y también los que aun hoy sufren el abandono de la posguerra. De aquel enfrentamiento motivado por el interés de una dictadura para perpetuarse en el poder, debemos rescatar y recordar la valentía, el coraje y la entrega de nuestros soldados.
Solo a ellos, honra y honor por siempre.
Por Sergio Bruni – Autor del Libro II Siglos de Colonialismo.
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